chichén itzá: preservación vs explotación
Hasta la fecha resultó cabalística: el 7/7/7, combinación de cifras que no se repetirá en cien años, y que pronostica una suerte triplicada, se anunció en la capital portuguesa a las que, según votación popular, son las nuevas siete maravillas del mundo. 70 millones de votantes (cifra que, de manera completamente azarosa, también coincide con la regla de sietes) escogieron entre treinta candidatos las expresiones arquitectónicas y culturales que representan de manera más perfecta lo mejor de la humanidad. Descartados quedaron muchos: desde las pirámides de Giza, desbancadas luego de dos mil años de exclusividad, hasta monumentos que, francamente, no parecían a la altura del resto, como la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad; otros que nos hubiera gustado ver como maravillas: la Alhambra, la Acrópolis, Angkor, Stonehenge, y muchos más que con toda seguridad merecían también el título, pero no lograron tantos adeptos. Los grandes ganadores, los consentidos de quienes tenemos acceso a Internet o a una conexión telefónica, fueron el Cristo Redentor del Corcovado, Machu Picchu, el Taj Mahal, el Coliseo Romano, el monumento de Petra en Jordania, la Gran Muralla China, y, para beneplácito de mexicanos y mexicanas, Chichén Itzá.
Durante meses la votación generó, por lo menos en México, una campaña exhaustiva para saturar computadoras y conexiones a favor del orgullo maya. Noticieros, mails, páginas de Internet; todo el país pareció durante los últimos pocos meses, auténticamente unida por un solo propósito: hacer de Chichén Itzá un orgullo reconocido, con todas sus letras, a nivel mundial y a través de la historia. Las posibles repercusiones, muchas, y sobre todo una, de vital importancia: el nombramiento de Chichén Itzá como Maravilla del Mundo es, sin lugar a dudas, la mejor promoción que se le puede hacer, primero, a la zona; segundo, a México como destino turístico, de manera completamente gratuita.
Este beneficio es completamente cierto, y en lo que va del año, en el tiempo que las votaciones por las maravillas estuvieron en auge, Chichén Itzá seguramente recibió una buena cantidad de visitantes por cuenta de la New 7 Wonders Foundation, fundación independiente a cargo de Bernard Weber, filántropo, artista y explorador suizo-canadiense que tuvo, en primer lugar, la idea de decretar de manera democrática estas nuevas maravillas. Los visitantes que Chichén Itzá reciba por cuenta de su nombramiento, nada tendrán que ver con la UNESCO, organismo encargado de la cultura a nivel mundial.
¿Por qué es importante hacer esta distinción? Porque, si bien Chichén es Maravilla del Mundo desde hace un par de días, ha sido Patrimonio Mundial por la UNESCO (lo que comúnmente se conoce como Patrimonio de la Humanidad) por dos décadas, desde 1988. Curiosamente, contar con ambos reconocimientos, lejos de potenciar las posibilidades turísticas del destino, complica su promoción y uso como atractivo, y plantea un reto para mexicanos y extranjeros.
Desde que la campaña por las nuevas maravillas cobró auge, la UNESCO se pronunció ajena a la misma. ¿Por qué? Resulta que la tarea de la UNESCO es la conservación y manutención de los sitios, costumbres y demás aspectos culturales que declaren patrimonio de la humanidad. Es decir: el hecho de que algo sea nombrado Patrimonio Mundial por la UNESCO implica que dicho monumento, costumbre, comida, paisaje, etc. será protegido por la UNESCO en caso de peligro. ¿Cuál es ese peligro? Bueno: va desde la posibilidad de que una costumbre se pierda en el tiempo, hasta el deterioro de ruinas arqueológicas. Como las de Chichén Itza. Y una de las actividades que mayor deterioro a causado a muchísimos sitios arqueológicos (y a muchas costumbres y tradiciones) es, irónicamente, el turismo, el cual, por otra parte, se verá más que beneficiado por cuenta del nombramiento de las nuevas maravillas.
Yo sé: esta última declaración, esto de que el turismo muchas veces daña el patrimonio, podrá escandalizar a muchos. Pero veamos los hechos. Las pirámides de Giza son tan “queridas” por muchos turistas, que hoy día tienen hasta grafiti. Lo mismo pasa con algunas ruinas en Centroamérica. No vayamos más lejos: poco antes de los disturbios en Oaxaca, el exconvento de Santo Domingo fue sede del Fashion Week. El equipo de sonido que llevaron para el evento dañó algunos escalones y el piso de uno de los patios del monumento. Por desgracia, muchas veces más visitas implican la falta de conciencia de muchos, y el turismo vuelve tan accesibles los monumentos, que se pierde la dimensión del valor y de la historia detrás de ellos. Es justo por este tipo de cosas que muchas veces el INAH, encargado de cuidar los sitios arqueológicos, parece tan pesado para quienes trabajan en turismo.
Hasta el día de hoy, la UNESCO ha nombrado como Patrimonio Mundial a 27 lugares dentro de México, que van desde las ruinas de Palenque, hasta Ciudad Universitaria, pasando por la casa de Luis Barragán, el centro de Morelia, y muchos más, incluido Chichén Itzá. Sin embargo, este nombramiento (que es equiparable y hasta superior que el de maravilla del mundo), más que representar un mayor número de visitas, implica una mayor atención al cuidado. La ventaja que los nombramientos de la UNESCO no han tenido, y sí podría tener el de las maravillas del mundo, es una de vital importancia: la conciencia de la importancia de estos lugares. Sólo a través de la conciencia de la importancia histórica y cultural de estas nuevas maravillas, podría lograrse el punto medio entre el olvido y la preservación, entre disfrutar de nuestra herencia y destruirla. Compaginar los esfuerzos por preservar con la posibilidad de promover es lo que todos, como prestadores de servicios o como historiadores, como visitantes y como mexicanos, deberíamos considerar luego de tan importante nombramiento.
De tal suerte que sí: Chichén Itzá como Maravilla del Mundo representa la posibilidad de un considerable crecimiento turístico de la zona maya. Pero esperemos que también implique otro crecimiento, que dé base a la promoción y al cuidado: la conciencia y la valoración de que nuestra historia está ahí para disfrutarse, pero también para que otras generaciones la disfruten.
Durante meses la votación generó, por lo menos en México, una campaña exhaustiva para saturar computadoras y conexiones a favor del orgullo maya. Noticieros, mails, páginas de Internet; todo el país pareció durante los últimos pocos meses, auténticamente unida por un solo propósito: hacer de Chichén Itzá un orgullo reconocido, con todas sus letras, a nivel mundial y a través de la historia. Las posibles repercusiones, muchas, y sobre todo una, de vital importancia: el nombramiento de Chichén Itzá como Maravilla del Mundo es, sin lugar a dudas, la mejor promoción que se le puede hacer, primero, a la zona; segundo, a México como destino turístico, de manera completamente gratuita.
Este beneficio es completamente cierto, y en lo que va del año, en el tiempo que las votaciones por las maravillas estuvieron en auge, Chichén Itzá seguramente recibió una buena cantidad de visitantes por cuenta de la New 7 Wonders Foundation, fundación independiente a cargo de Bernard Weber, filántropo, artista y explorador suizo-canadiense que tuvo, en primer lugar, la idea de decretar de manera democrática estas nuevas maravillas. Los visitantes que Chichén Itzá reciba por cuenta de su nombramiento, nada tendrán que ver con la UNESCO, organismo encargado de la cultura a nivel mundial.
¿Por qué es importante hacer esta distinción? Porque, si bien Chichén es Maravilla del Mundo desde hace un par de días, ha sido Patrimonio Mundial por la UNESCO (lo que comúnmente se conoce como Patrimonio de la Humanidad) por dos décadas, desde 1988. Curiosamente, contar con ambos reconocimientos, lejos de potenciar las posibilidades turísticas del destino, complica su promoción y uso como atractivo, y plantea un reto para mexicanos y extranjeros.
Desde que la campaña por las nuevas maravillas cobró auge, la UNESCO se pronunció ajena a la misma. ¿Por qué? Resulta que la tarea de la UNESCO es la conservación y manutención de los sitios, costumbres y demás aspectos culturales que declaren patrimonio de la humanidad. Es decir: el hecho de que algo sea nombrado Patrimonio Mundial por la UNESCO implica que dicho monumento, costumbre, comida, paisaje, etc. será protegido por la UNESCO en caso de peligro. ¿Cuál es ese peligro? Bueno: va desde la posibilidad de que una costumbre se pierda en el tiempo, hasta el deterioro de ruinas arqueológicas. Como las de Chichén Itza. Y una de las actividades que mayor deterioro a causado a muchísimos sitios arqueológicos (y a muchas costumbres y tradiciones) es, irónicamente, el turismo, el cual, por otra parte, se verá más que beneficiado por cuenta del nombramiento de las nuevas maravillas.
Yo sé: esta última declaración, esto de que el turismo muchas veces daña el patrimonio, podrá escandalizar a muchos. Pero veamos los hechos. Las pirámides de Giza son tan “queridas” por muchos turistas, que hoy día tienen hasta grafiti. Lo mismo pasa con algunas ruinas en Centroamérica. No vayamos más lejos: poco antes de los disturbios en Oaxaca, el exconvento de Santo Domingo fue sede del Fashion Week. El equipo de sonido que llevaron para el evento dañó algunos escalones y el piso de uno de los patios del monumento. Por desgracia, muchas veces más visitas implican la falta de conciencia de muchos, y el turismo vuelve tan accesibles los monumentos, que se pierde la dimensión del valor y de la historia detrás de ellos. Es justo por este tipo de cosas que muchas veces el INAH, encargado de cuidar los sitios arqueológicos, parece tan pesado para quienes trabajan en turismo.
Hasta el día de hoy, la UNESCO ha nombrado como Patrimonio Mundial a 27 lugares dentro de México, que van desde las ruinas de Palenque, hasta Ciudad Universitaria, pasando por la casa de Luis Barragán, el centro de Morelia, y muchos más, incluido Chichén Itzá. Sin embargo, este nombramiento (que es equiparable y hasta superior que el de maravilla del mundo), más que representar un mayor número de visitas, implica una mayor atención al cuidado. La ventaja que los nombramientos de la UNESCO no han tenido, y sí podría tener el de las maravillas del mundo, es una de vital importancia: la conciencia de la importancia de estos lugares. Sólo a través de la conciencia de la importancia histórica y cultural de estas nuevas maravillas, podría lograrse el punto medio entre el olvido y la preservación, entre disfrutar de nuestra herencia y destruirla. Compaginar los esfuerzos por preservar con la posibilidad de promover es lo que todos, como prestadores de servicios o como historiadores, como visitantes y como mexicanos, deberíamos considerar luego de tan importante nombramiento.
De tal suerte que sí: Chichén Itzá como Maravilla del Mundo representa la posibilidad de un considerable crecimiento turístico de la zona maya. Pero esperemos que también implique otro crecimiento, que dé base a la promoción y al cuidado: la conciencia y la valoración de que nuestra historia está ahí para disfrutarse, pero también para que otras generaciones la disfruten.
1 comentario:
¿Sabrá México mantener Cheichén Itzá como una Maravilla tal y como es hoy? ¿O por culpa de descibrir la gallina de oro, que ha estado ahí siempre, matarán a la gallina?
Sólo espero que estas Nuevas Maravillas no desaparezcan y podamos disfrutarlas con los todos los encantos que la hacen Maravillosa
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